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martes, 12 de abril de 2011

Yo soy el Señor tu Dios - Primer Mandamiento (Parte I)


Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
Ex 20,2; Dt 5,6


En la tradición judía esta es la primera de las DIEZ PALABRAS. Y quizás para nuestra sorpresa, no es un mandamiento. Simplemente nos dice quién es Dios y qué ha hecho por nosotros. La Biblia entera, de hecho, inicia con ese misterio en el corazón de la existencia que llamamos Dios. No es ante todo un libro de instrucciones sobre cómo los humanos deben actuar. La identidad y actividad de Dios siempre vienen primero, y los seres humanos no pueden hacer absolutamente nada para merecer la atención y el cuidado compasivo que Dios les confiere.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados... Nosotros amamos porque él nos amó antes.
1 Jn 4,10;19
 Dios nos amó primero, antes de que fuéramos capaces o estuviéramos dispuestos para hacer algo para merecer ese amor. Todo lo que podemos hacer puede ser sólo una consecuencia, o mejor aún una respuesta, a un don completamente libre de Dios. Al principio de las DIEZ PALABRAS Dios se auto-define como Aquel que viene a liberar a la humanidad sufriente de las ataduras que la mantiene cautiva.

El Señor le dijo [a Moisés]: —He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel
Exodo 3,7-8a 
Y para evitar cualquier ambigüedad, un pasaje del Libro del Deuteronomio indica claramente que nada había hecho Israel para determinar la actividad divina de antemano. Fue pura gratuidad, una expresión incondicional de la generosidad y fidelidad de Dios.

Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió no fue por ser ustedes más numerosos que los demás, porque son el pueblo más pequeño, sino que por puro amor a ustedes, por mantener el juramento que había hecho a sus padres, los sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y los rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto.
Deuteronomio 7,7-8 
Cualquier conversación de mandatos divinos y obligaciones humanas puede venir solamente en un segundo lugar, como respuesta humana a la libre elección de Dios.

Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué son esas normas, esos mandatos y decretos que les mandó el Señor, su Dios?, le responderás a tu hijo: Eramos esclavos del Faraón en Egipto y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte... A nosotros nos sacó de allí para traernos y darnos la tierra que había prometido a nuestros padres.  Y nos mandó cumplir todos estos mandatos, respetando al Señor, nuestro Dios, para nuestro bien perpetuo, para que sigamos viviendo como hoy.
Deuteronomio 6,21-25
 Como en las DIEZ PALABRAS, la respuesta del padre a la pregunta de su hijo comienza por recordar el acto de liberación de Dios y el don de una tierra (patria); la actividad humana es claramente situada tras la iniciativa divina. Pero el texto agrega una importante precisión: los mandamientos deben seguirse para poder tener vida y felicidad en la tierra dada por Dios.

Los seres humanos no son robots, por lo que no puede ser suficiente para que Dios de vida y libertad por un acto unilateral. Para que ese don se vuelva operativo, los beneficiarios deben traducirlo en circunstancias concretas de su existencia. El don debe convertirse en un estilo de vida.


Traducción del libro Brother John of Taizé, Reading the Ten Commandments Anew, Toward a Land of Freedom, St Pauls / Alba House, 2002, pp. 3-6

lunes, 3 de enero de 2011

Salmo 37 Confía en el Señor

Deléitate en el Señor
Y el te dará lo que espera tu corazón.

Encomienda al Senor tu camino,
confía en El, y El actuará:
Hará brillar tu justicia como la aurora,
Tu derecho como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en El.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Una acogida a lo Columbano

Con motivo de la preparación de la Peregrinación de Confianza, fueron casi 5 meses los que fui acogido en Santiago de Chile por los Misioneros Columbanos. Esta congregación irlandesa de la que nunca había oído. Son sacerdotes misioneros venidos principalmente del extranjero: Irlanda, Inglaterra, Australia.. y Corea del Sur, muchos de Corea. Hay también laicos y familias que vienen y que prestan un servicio en periodos de 3 años. ¡Familias! Como Verónica y Esteban de Corea que llevan 2 años en este país ahora participando en la parroquia San Matías en una zona de la ciudad con dificultades y pocos medios. Su hijo, Chío, acaba de cumplir un año y lo tuvieron en Chile. Dicen que su hijo es más chileno que coreano. ¿Cómo puede una familia dejar atrás su casa y aventurarse a un país que no conocen de misioneros? Pensar eso de un sacerdote o de un laico me resultaba más fácil pero no para una familia. Está también una pareja estadounidense que llevan casi 6 años viviendo en misión, ahora al norte del país en Iquique, y que pronto regresan a su país para continuar retomando su profesión.

Verónica y Esteban con Chío, familia misionera
El pasado 23 de noviembre se celebró el día de San Columbano, misionero irlandés del siglo VI. Esta congregación que lleva su nombre no fue fundada por él, sino por unos sacerdotes irlandeses diocesanos hacia el año de 1918 y tomaron después a San Columbano como patrono y modelo por su obra misionera y evangelizadora en Europa.

Eucaristía en la fiesta de San Columbano
La celebración en ese día fue con una eucaristía en el Centro Misionero de San Columbano y después una cena en la Casa Central, donde estuve viviendo. Esta casa, muy cerca del centro, queda cerca de donde fue el Centro de Preparación para la Peregrinación de Confianza, en la parroquia Nuestra Señora de la Divina Providencia. Esta Casa Central de los Columbanos, la usan como una casa de descanso o de paso. Los misioneros que van a alguna región de Chile y pasan por Santiago se quedan algunas noches ahí o los mismos sacerdotes que tienen sus parroquias en la ciudad pasan alguna día entre semana para descansar.

Todos los lunes la familia columbana se reúne para celebrar la eucaristía en la capilla y después tomar el almuerzo juntos. Dan la bienvenida a los misioneros recién llegados o despiden a otros. En el último lunes que me tocó estar despedían y agradecían a un sacerdote coreano que volvía a su país después de 8 años de servicio en Chile.

Yo realmente me sentí como en casa. A pesar de no convivir el tiempo que quisiera con ellos, porque prácticamente todo el día estaba fuera, uno percibe que los columbanos forman una familia muy unida, acogedora y que hacen una labor de mucha entrega. Aquellos extranjeros, lejos de sus lugares de origen, que pasan por acá dejando varios años de sus vidas al servicio de los más desfavorecidos. Buscan estar en parroquias que no están muy consolidadas para animarlas y después irse a otro lugar. No se establecen en un solo sitio sino que peregrinan apoyando a la Iglesia y diócesis local.

Capilla en la Casa Central
Una vez más se percibe la universalidad de la Iglesia en la que personas venidas de todas partes del mundo, sean sacerdotes, familias o laicos, ponen al servicio de los demás lo que son. A través del Padre Derry Healy, que mostró su confianza desde el principio para recibir un peregrino en casa, estaré siempre agradecido con la comunidad columbana por ser un reflejo de una Iglesia viva que recibe y acompaña. Y a las incansables trabajadoras de la Casa Central, a Teresa, Paty y Mary que se preocupaban y atendían a un mexicano y le recordaban que tenía que desayunar.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Hno. Alois en Santiago de Chile, Sábado 11 de Diciembre

Durante la oración del atardecer, en el encuentro 
de Santiago, el hermano Alois comparte una meditación.

La fe se presenta, hoy más, como un riesgo: el riesgo de la confianza. Para correr este riesgo, necesitamos de todas nuestras capacidades humanas: tanto las del corazón, como las de la razón.

Incluso siendo creyentes, no buscamos siempre profundizar suficientemente en nuestra fe. A veces ocurre que la diferencia entre los conocimientos en el ámbito de la fe y los adquiridos en otros ámbitos se hace cada vez mayor. Una fe que se queda en expresiones aprendidas durante la infancia difícilmente podrá hacer frente a los interrogantes de la edad adulta.

La búsqueda de una comunión personal con Dios es entonces aún más importante. ¿Cómo profundizar más en ella? ¿Cómo alimentar nuestra esperanza?

Incluso si entendemos poca cosa del Evangelio, podemos buscar comprender más a partir de una palabra, e intentar ponerla en práctica. Todos nos podemos preguntar: Para mi, ¿cuál es la palabra del evangelio que me impresiona mas y que me gustaría poner en práctica hoy mismo?

Reflexión en grupos, Sábado 11 Diciembre

Durante la Peregrinación de Confianza, se lee el texto 
del hermano Alois y se reflexiona en pequeños grupos.

El Evangelio nos anima a ir siempre más lejos: la justicia debe prolongarse hasta el perdón. Las sociedades humanas necesitan el perdón. En muchos lugares del mundo las heridas de la historia son profundas. Atrevámonos a poner fin a todo lo que puede terminarse hoy. Así el futuro de paz, preparado en el corazón de Dios, podrá realizarse plenamente. Creer en el perdón de Dios no significa olvidar o minimizar la falta. El mensaje del perdón nunca puede ser utilizado para causar injusticias. Al contrario: creer en el perdón nos hace más libres para discernir las propias faltas, como también las faltas y las injusticias alrededor de nosotros y en el mundo. Y el perdón nos hace libres para no condenar definitivamente aunapersona cuando hemos sido ofendidos.

Hay faltas graves que cometemos o que soportamos, y que son a veces irremediables. Nos toca a nosotros el reparar todo lo que puede ser reparado. En este arduo camino encontramos un valioso apoyo: en la comunión de la iglesia el perdón de Dios puede otorgarse de nuevo.

Cristo distingue entre la persona y la falta cometida. 

Acoger y transmitir el perdón de Dios es el camino que Cristo ha abierto. Avanzamos con nuestras fragilidades, nuestras heridas y nuestras debilidades. Cristo no hace de nosotros maestros espirituales que piensan ya haber llegado a realizarse.

Somos pobres del Evangelio y como cristianos no tenemos la pretensión de ser mejor que los demás. Lo que nos caracteriza es simplemente la opción de pertenecer a Cristo. Y al hacer semejante opción quisiéramos ser 
totalmente consecuentes. 

Todos podemos descubrir que el perdón recibido o dado es creador de alegría. Saberse perdonado es quizás una de las alegrías más profundas, más liberadoras.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Hno. Alois en Santiago de Chile, Viernes 10 de Diciembre

Durante la oración del atardecer, en el encuentro 
de Santiago, el hermano Alois comparte una meditación.

El perdón dado y recibido es creador de alegría. Saber que somos perdonados es una de las alegrías más profundas y las más liberadoras. Ahí está la fuente de la paz interior que Cristo quiere comunicarnos. Cada ser humano tiene tanta necesidad de perdón como del pan de cada día y Dios se lo da siempre gratuitamente, El que perdona todas nuestras ofensas. A veces, solamente podemos abrir las manos y expresar por medio de este gesto que desearíamos recibir el perdón. 

Creer en el perdón de Dios no significa olvidar la falta. El mensaje del perdón no puede jamás utilizarse para justificar las injusticias. Al contrario, creer en el perdón nos hace más libres para discernir nuestras propias faltas, así como las injusticias a nuestro alrededor y en el mundo. Por lo tanto es nuestra tarea remediar todo aquello que sea posible.

A lo largo de este arduo camino encontramos un sustento vital: en la comunión de la Iglesia el perdón de Dios puede concederse siempre.

Cuando rezamos en el Padre Nuestro: "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos...", su perdón ya nos alcanza, no son simples palabras al viento. Algo pasa cuando rezamos con estas palabras que el mismo Jesús nos enseñó. Dios responde a nuestra plegaria y ya estamos preparados para perdonar nosotros también y a no condenar definitivamente a otra persona cuando nosotros hemos sido los ofendidos.

Cristo hace la distinción entre la persona y la falta cometida. Hasta su último aliento en la cruz él se niega a condenar a nadie. Y la falta, lejos de minimizarla, él carga con ella.

Hay situaciones en las que no somos capaces de perdonar. La herida es demasiado grande. Entonces acordémonos del perdón de Dios: Él nunca nos falla. En cuanto a nosotros, el poder perdonar a veces nos llega solamente por etapas. El deseo de perdonar es ya un primer paso, incluso cuando este deseo aparece sepultado bajo la amargura.

Perdonando Dios hace algo más que simplemente borrar las faltas. El da una vida nueva en su amistad avivada día y noche por el Espíritu Santo. Acoger y transmitir el perdón de Dios es la vía que Cristo ha aabierto, avanzamos a pesar de nuestras fragilidades y de nuestras heridas. Cristo no hace de nosotros hombres y mujeres que ya hayan llegado a realizarse.

(…)

Como cada persona, las sociedades humanas tampoco pueden vivir sin el perdón. En América Latina y en muchos otros países del mundo las heridas de la historia son profundas. Atrevámonos entonces a poner fin a aquello que puede terminarse hoy mismo. Renunciemos a transmitir a la siguiente generación las amarguras del pasado. De este modo un futuro de paz, preparado en el corazón de Dios, podrá desarrollarse plenamente.


Reflexión en grupos, Viernes 10 Diciembre

Durante la Peregrinación de Confianza, se lee el texto 
del hermano Alois y se reflexiona en pequeños grupos.

La opción por la alegría no es jamás una evasión lejos de los problemas de la vida. Al contrario, la alegría nos permite mirar a la realidad de frente, incluyendo los sufrimientos y las injusticias. La alegría nos llena de una compasión sin límites.

El camino de la felicidad, siguiendo a Jesús, está en el darnos nosotros mismos día tras día. Por medio de nuestra vida, con una gran sencillez, podemos decir el amor de Dios.

La opción por la alegría es inseparable de la opción por el hombre. Experimentar, aunque sea poco, la alegría de Dios hace de nosotros hombres y mujeres de comunión. El individualismo como camino de felicidad es una ilusión.

Ser testigos de comunión supone, a veces, la valentía de ir contra corriente. El Espíritu Santo dará a cada uno y cada una de ustedes la imaginación necesaria para encontrar el modo de hacerse más cercano de aquellos que sufren, escucharles y dejarse conmover por las situaciones de desamparo.

Un signo de nuestro tiempo es la bella generosidad con la cual innumerables personas han ayudado a las víctimas de las dramáticas catástrofes naturales. ¿Cómo dicha generosidad puede también animar nuestras sociedades en el cotidiano?

Por muy necesaria que sea la ayuda material en ciertas situaciones de urgencia, no es suficiente. Lo que importa realmente es hacer justicia a los desfavorecidos. La lucha contra la pobreza es una lucha por la justicia. La justicia en cada país. Y la justicia en las relaciones internacionales, no el asistencialismo.

Dejemos todo tipo de paternalismo y proteccionismo y hagamos justicia para los más desfavorecidos. 

Los cristianos de América Latina nos los recuerdan: la lucha contra la pobreza es una lucha por la justicia. Justicia en las relaciones internacionales y no asistencia.


•  ¿Cómo puedo aportar más justicia allí dónde vivo?
•  ¿Dónde y cómo busco la justicia?
•  ¿Cómo este texto nos ayuda a compreder y a vivir la justicia? ¿Dónde comienza la justicia?
•  ¿Es posible la justicia sin amor?