Durante la oración del atardecer, en el encuentro
de Santiago, el hermano Alois comparte una meditación.
El perdón dado y recibido es creador de alegría. Saber que somos perdonados es una de las alegrías más profundas y las más liberadoras. Ahí está la fuente de la paz interior que Cristo quiere comunicarnos. Cada ser humano tiene tanta necesidad de perdón como del pan de cada día y Dios se lo da siempre gratuitamente, El que perdona todas nuestras ofensas. A veces, solamente podemos abrir las manos y expresar por medio de este gesto que desearíamos recibir el perdón.
Creer en el perdón de Dios no significa olvidar la falta. El mensaje del perdón no puede jamás utilizarse para justificar las injusticias. Al contrario, creer en el perdón nos hace más libres para discernir nuestras propias faltas, así como las injusticias a nuestro alrededor y en el mundo. Por lo tanto es nuestra tarea remediar todo aquello que sea posible.
A lo largo de este arduo camino encontramos un sustento vital: en la comunión de la Iglesia el perdón de Dios puede concederse siempre.
Cuando rezamos en el Padre Nuestro: "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos...", su perdón ya nos alcanza, no son simples palabras al viento. Algo pasa cuando rezamos con estas palabras que el mismo Jesús nos enseñó. Dios responde a nuestra plegaria y ya estamos preparados para perdonar nosotros también y a no condenar definitivamente a otra persona cuando nosotros hemos sido los ofendidos.
Cristo hace la distinción entre la persona y la falta cometida. Hasta su último aliento en la cruz él se niega a condenar a nadie. Y la falta, lejos de minimizarla, él carga con ella.
Hay situaciones en las que no somos capaces de perdonar. La herida es demasiado grande. Entonces acordémonos del perdón de Dios: Él nunca nos falla. En cuanto a nosotros, el poder perdonar a veces nos llega solamente por etapas. El deseo de perdonar es ya un primer paso, incluso cuando este deseo aparece sepultado bajo la amargura.
Perdonando Dios hace algo más que simplemente borrar las faltas. El da una vida nueva en su amistad avivada día y noche por el Espíritu Santo. Acoger y transmitir el perdón de Dios es la vía que Cristo ha aabierto, avanzamos a pesar de nuestras fragilidades y de nuestras heridas. Cristo no hace de nosotros hombres y mujeres que ya hayan llegado a realizarse.
(…)
Como cada persona, las sociedades humanas tampoco pueden vivir sin el perdón. En América Latina y en muchos otros países del mundo las heridas de la historia son profundas. Atrevámonos entonces a poner fin a aquello que puede terminarse hoy mismo. Renunciemos a transmitir a la siguiente generación las amarguras del pasado. De este modo un futuro de paz, preparado en el corazón de Dios, podrá desarrollarse plenamente.
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