Durante la Peregrinación de Confianza, se lee el texto
del hermano Alois y se reflexiona en pequeños grupos.
El Evangelio nos anima a ir siempre más lejos: la justicia debe prolongarse hasta el perdón. Las sociedades humanas necesitan el perdón. En muchos lugares del mundo las heridas de la historia son profundas. Atrevámonos a poner fin a todo lo que puede terminarse hoy. Así el futuro de paz, preparado en el corazón de Dios, podrá realizarse plenamente. Creer en el perdón de Dios no significa olvidar o minimizar la falta. El mensaje del perdón nunca puede ser utilizado para causar injusticias. Al contrario: creer en el perdón nos hace más libres para discernir las propias faltas, como también las faltas y las injusticias alrededor de nosotros y en el mundo. Y el perdón nos hace libres para no condenar definitivamente aunapersona cuando hemos sido ofendidos.
Hay faltas graves que cometemos o que soportamos, y que son a veces irremediables. Nos toca a nosotros el reparar todo lo que puede ser reparado. En este arduo camino encontramos un valioso apoyo: en la comunión de la iglesia el perdón de Dios puede otorgarse de nuevo.
Cristo distingue entre la persona y la falta cometida.
Acoger y transmitir el perdón de Dios es el camino que Cristo ha abierto. Avanzamos con nuestras fragilidades, nuestras heridas y nuestras debilidades. Cristo no hace de nosotros maestros espirituales que piensan ya haber llegado a realizarse.
Somos pobres del Evangelio y como cristianos no tenemos la pretensión de ser mejor que los demás. Lo que nos caracteriza es simplemente la opción de pertenecer a Cristo. Y al hacer semejante opción quisiéramos ser
totalmente consecuentes.
Todos podemos descubrir que el perdón recibido o dado es creador de alegría. Saberse perdonado es quizás una de las alegrías más profundas, más liberadoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario