Durante cada oración del atardecer, en el encuentro
de Santiago, el hermano Alois comparte una meditación.
Hace un año realicé una visita de 3 semanas a los cristianos de China, junto a dos de mis hermanos: uno chino y el otro coreano. Lo que me impresionó de ese país fue el comprobar la intensa espera espiritual presente en muchos jóvenes. Encontre a jóvenes que sin ser creyentes se acercan a la religión. Un joven nos explicó: "El alma china siempre ha creído en el cielo y en un más allá. Las ultimas decadas no han podido borrar esto." Y este joven agregaba que en estos últimos años felizmente la vida material ha mejorado pero al mismo tiempo muchos sienten un vacio espiritual y buscan un sentido a la vida. A lo largo y ancho del mundo, incluso teniendo historias diferentes, ¿no nos encontramos frente a cuestiones parecidas? Ningún joven puede dejar de preguntarse ¿qué puede dar un sentido a mi vida? ¿qué rumbo elegir que merezca la pena?
Ayer por la noche les dije que la opción por la alegría era inseparable de la opción por el hombre. La opción por la alegría no es jamás una evasión lejos de los problemas de la vida. Al contrario, la alegría nos permite mirar a la realidad de frente, incluso los sufrimientos e injusticias. La alegría nos llena de una compasión sin límites.
Mañana por la mañana en los grupos ustedes buscarán como cada uno y cada una puede profundizar esta compasión en su propia vida. Me gustaría decir esta noche algunas palabras al respecto.
Saborear, por pequeña que esta sea, la alegría de Dios, hace de nosotros mujeres y hombres de comunión. El individualismo como camino de la felicidad es una pura ilusión. La felicidad, siguiendo a Jesús, está en el don de nosotros mismos, día tras día. Por medio de nuestra vida, con una gran sencillez, podemos transmitir el amor de Dios. Ser testigos de comunión, supone a veces la valentía de ir contra corriente. El Espiritu Santo dara a cada uno y a cada una de ustedes la imaginación necesaria para encontrar el modo de hacerse más cercano de aquellos que sufren. Escucharles y dejarse conmover por las situaciones de desamparo. Si nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestros grupos juveniles fuesen cada día más espacios de bondad de corazón y de confianza. Espacios donde nos acojamos mutuamente, donde busquemos comprender y apojar al otro. Lugares donde seamos atentos con los más débiles, con aquellos que nunca pertenecen a nuestro entorno, con aquellos que son más pobres que nosotros.
Uno de los signos de nuestro tiempo, es la hermosa generosidad con la que incontables personas han ayudado a las víctimas de catástrofes naturales. Aquí en Chile, el terremoto de febrero ha afectado sobre todo a los más pobres. Pero el impulso de generosidad que ha surgido del fondo del alma chilena ha permitido darse cuenta de cómo los chilenos forman una sola familia, solidaria en la adversidad. Una generosidad semejante ¿cómo puede también hacerse presente en la vida diaria de nuestras sociedades?
Por muy necesaria que sea la ayuda material en ciertas situaciones de urgencia, no es suficiente. Lo que importa realmente es hacer justicia a los desfavorecidos. La lucha contra la pobreza es una lucha por la justicia. La justicia en cada país. Y la justicia en las relaciones internacionales, no el asistencialismo.
La acumulación exagerada de bienes materiales mata la alegría y nos mantiene en la envidia. La felicidad está en otro lugar. En elegir un estilo de vida sencillo y trabajar no sólo por el beneficio sino para dar sentido a la existencia compartiendo a los demás. Así, cada uno puede contribuir a un porvenir de paz. Elegir un estilo de vida sencillo no conduce jamás a la tristeza. La sencillez nos ayuda a ir a lo esencial. ¿No es acaso un desafío poder descubrir en nuestras vidas una belleza muy simple?
Todos nosotros desearíamos tener el sentido del gusto por la solidaridad y el compartir. Sí, nos gustaría dejarnos entusiasmar por ese compromiso. Comprometernos a fondo para que las riquezas se compartan mejor y para que el acceso a los alimentos, a la salud, a la educación y a la vivienda estén asegurados para todos. La generosidad está presente en el corazón humano. Hay una alegría en el compartir y muchos de ustedes ya han hecho la experiencia. Para orientar todavía más nuestra vida en este sentido, Dios no nos da un espíritu temeroso, sino un espíritu de amor y de fuerza interior que nos conducirá muy lejos.
hermano Alois
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